Cutting: No hay Síntoma sin Otro


El acto de cortarse es un intento desesperado de establecer un corte con el sufrimiento, una especie de lucha simbólica contra el dolor de existir, los conflictos internos y la angustia no tramitada. La autolesión en el cuerpo se convierte en una marca física de una angustia que no ha encontrado otra vía de expresión o resolución. Sin embargo, aunque el acto de cortarse parece a primera vista un intento de liberación, paradójicamente, el dolor no se alivia, sino que se vuelve sobre el propio cuerpo, marcándolo y reiterándolo sin fin.

    El síntoma es siempre una forma de comunicación hacia los demás, una llamada a ser vistos y entendidos. Si el contexto social falla en proporcionar ese soporte o en reconocer el dolor subyacente, la persona se queda a merced de su propia impulsión. Es decir, el acto de cortarse puede verse como un intento desesperado de lidiar con sentimientos abrumadores que no encuentran salida ni son validados por el entorno.

    En la sociedad actual, los jóvenes están expuestos a una gran presión para rendir, cumplir con expectativas y mantener una imagen pública, pero a menudo sin contar con los recursos emocionales necesarios para enfrentar estas demandas. La práctica de autolesionarse puede ser una forma de exteriorizar el sufrimiento interno, de sentir el cuerpo como propio en medio de una desconexión emocional o incluso de establecer control en un entorno donde se siente que no hay control.

    La autolesión, está profundamente arraigada en el contexto social y cultural. He aquí la importancia del entorno y la interacción social en la construcción de significados y en la manifestación de síntomas. El cutting o “cortarse”, es una práctica de nuestro tiempo por varias razones que están profundamente conectadas con el contexto social y cultural actual; no hay fenómeno humano que esté aislado del contexto social, lo que implica que debemos analizar cómo las dinámicas culturales, sociales y emocionales influyen en la aparición de este tipo de conductas. La autolesión, en este caso, es descrita como un acto que emerge no solo del dolor o la angustia personal, sino también como un intento de encontrar un lugar en la sociedad o de sentirse presente, en un mundo que a menudo parece indiferente.

    Es un hecho que la cultura contemporánea está marcada por una creciente individualización, desconexión emocional y fragmentación de los lazos sociales; esto genera un vacío en el que muchos niños y adolescentes no encuentran un espacio para expresar o procesar sus emociones de manera saludable. El cutting se convierte entonces en un mecanismo que responde a esa carencia de gestión emocional, donde el síntoma en este caso, la autolesión no es leído ni comprendido por un Otro que debería ser un Otro protector y amoroso.

    Esta práctica como fenómeno que afecta principalmente a niños y adolescentes está profundamente vinculada a la necesidad de pertenencia y reconocimiento en un mundo que muchas veces los deja fuera. El hecho de que los jóvenes se agrupen en espacios predeterminados sugiere un intento de construir una identidad y una presencia en un entorno social que, por diversos motivos, les resulta alienante o inaccesible; los jóvenes no solo buscan escapar o excluirse de su contexto, sino también afirmarse dentro de él de una manera que les permita sentirse visibles, presentes y en control. Este es un fenómeno paradójico: al alejarse del contexto social dominante, intentan integrarse a través de una experiencia compartida de dolor y autolesión, creando una especie de micro - comunidad donde sus actos tienen sentido y donde pueden expresar un sufrimiento que de otro modo podría quedar silenciado.

    En este sentido el acto de cortarse puede entenderse como una forma de reincorporarse a una escena desde la cual logra sentir su cuerpo como propio. En una sociedad donde a menudo se les impone la desconexión emocional o donde la subjetividad parece perderse, la autolesión es una forma de reapropiación del cuerpo y de la identidad. A través de la herida física, el cuerpo se convierte en un medio de expresión tangible y concreto de un malestar que, de otra manera, podría sentirse invisible o sofocado.

    La violencia contra sí mismo, es una respuesta característica de sociedades donde ser diferente se considera sinónimo de inadaptación o fracaso. En estos contextos, donde la competitividad es vista como una virtud esencial, aquellos que no logran cumplir con las expectativas impuestas por la sociedad experimentan una profunda sensación de exclusión y falta de pertenencia. Esta presión constante por rendir y adaptarse a un molde social puede ser abrumadora, especialmente para los niños y adolescentes que no encuentran un espacio donde puedan sentirse aceptados tal como son.

    La sensación de amenaza que estos niños y adolescentes experimentan, tanto física como emocional, está relacionada con la incapacidad de comprometerse en formas de resistencia o lucha activa. Desde una edad temprana, se ven atrapados en un presente que perciben como trágico, y esta desesperanza a menudo los lleva a anticipar la pérdida de un futuro que ni siquiera han comenzado a vivir plenamente. La imposibilidad de proyectarse hacia un mañana que ofrezca posibilidades los deja en una especie de limbo emocional, donde el único recurso parece ser la violencia dirigida hacia sí mismos.

    El sentimiento de "no pertenencia”, esa profunda sensación de ser un extraño incluso en los espacios más íntimos y desde la infancia, agrava la desconexión. Muchos niños y adolescentes se sienten ajenos a las normas y expectativas sociales desde temprana edad, como si no encajaran en el mundo que los rodea. Esta desconexión, al no ser abordada adecuadamente, los empuja a aislarse aún más, ya sea de manera individual o mediante la pertenencia a grupos que comparten su misma experiencia de marginalización.

    El aislamiento dentro de otros grupos afines se convierte en una forma paradójica de estar acompañado mientras se mantiene la distancia emocional y social respecto a las estructuras tradicionales. A través de estos grupos, encuentran un espacio donde su “no pertenencia” no es solo aceptada, sino compartida, lo que les ofrece una sensación de pertenencia, aunque sea frágil y a menudo temporal.

    En estos espacios grupales, la práctica de cortarse puede tener un valor simbólico de cohesión y pertenencia. En vez de ser un acto completamente aislado e individual, se convierte en parte de una cultura juvenil, donde el sufrimiento y la autolesión se vuelven formas de comunicarse con otros, aunque sea desde un lugar de dolor. La experiencia compartida del corte puede generar una sensación de comunidad entre quienes participan, una especie de ritual que les permite sentir que, aunque fuera de los márgenes sociales, están presentes y son vistos dentro de su propio grupo.

    El acto de cortarse es un intento desesperado de establecer un corte con el sufrimiento, una especie de lucha simbólica contra el dolor de existir, los conflictos internos y la angustia no tramitada. La autolesión en el cuerpo se convierte en una marca física de una angustia que no ha encontrado otra vía de expresión o resolución. Sin embargo, aunque el acto de cortarse parece a primera vista un intento de liberación, paradójicamente, el dolor no se alivia, sino que se vuelve sobre el propio cuerpo, marcándolo y reiterándolo sin fin.

    La idea de que cortarse no resalta como un intento de eliminar el cuerpo, sino de marcarlo en una parte específica, como los brazos, de manera controlada; el acto debe repetirse, una y otra vez, en una especie de compulsión que no logra cerrar la herida emocional. Cada corte es un esfuerzo por inscribir algo que, sin embargo, nunca llega a construirse en un mensaje claro o en una forma de nombrar al sujeto. El corte, en este sentido, no organiza ni limita el sufrimiento, sino que lo perpetúa, dejando al individuo atrapado en un ciclo de autolesión que no encuentra una resolución.

    Los niños y adolescentes, aterrados por su propia angustia y desamparo, expresan su malestar de una manera que aterroriza a los adultos a su alrededor. Los padres, maestros y otras figuras de autoridad, al no comprender o no saber cómo manejar este tipo de comportamiento, reaccionan con miedo, lo que los hace cada vez más incapaces de ofrecer los límites y la contención emocional que los jóvenes necesitan. Esta relación crea un círculo vicioso: los adultos, al sentirse impotentes frente a la angustia de los jóvenes, tienden a verlos como incontrolables, lo que a su vez debilita aún más los intentos de establecer límites protectores.

    El resultado es que los jóvenes, al no recibir la atención adecuada sobre cómo gestionar sus emociones, experimentan un aumento en su sentimiento de desamparo. La gestión emocional y los límites son fundamentales en la infancia y la adolescencia, ya que ofrecen un marco seguro en el cual los individuos pueden lidiar con sus emociones, entenderlas y eventualmente integrarlas. Si esta gestión no llega a tiempo o es insuficiente, la angustia se desborda, y recurren a formas más extremas de expresarla, como el cutting.

    El corte físico, entonces, es una manifestación concreta de la falta de gestión emocional. Es un intento de poner un límite al dolor cuando los límites emocionales externos han fallado, pero al mismo tiempo, es una acción que refleja la desesperanza de no encontrar una forma más saludable de gestionar ese sufrimiento. Sin una intervención adecuada y sin la construcción de un espacio donde el sufrimiento pueda ser nombrado y comprendido, el ciclo de victimización se repite, afectando tanto a los jóvenes como a los adultos en su entorno.

    Podemos concluir entonces que el acto de autolesionarse “cutting” surge cuando la palabra, especialmente la palabra de amor y respeto se ha cortado en la vida del sujeto. Cuando los niños y adolescentes no encuentran un espacio en el que puedan expresar y ser escuchados, el cuerpo se convierte en el lugar donde su sufrimiento se inscribe, como un intento de escribir en la piel aquello que no puede ser procesado ni emocional ni intelectualmente. Estas marcas en el cuerpo son como textos que, paradójicamente, no tienen lector: son gritos silenciosos de angustia que no encuentran respuesta. Los cortes son una manifestación visible del daño emocional, una manera de mostrar al Otro indiferente lo que está ocurriendo internamente, con la esperanza de que alguien finalmente lea ese testimonio inscrito en la piel y responda a ese dolor no expresado.

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